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  • Foto del escritorMariana López

Una mirada a los cuidados y la migración

Para hablar y entender desde una perspectiva de género los cuidados, debemos pensar en la migración y su feminización, en la división sexual internacional del trabajo, en las cadenas globales y locales del cuidado y en la precarización, discriminación y explotación a la que se ven sometidas las mujeres en los trabajos del cuidado.


Según la Organización Internacional del Trabajo (2019), para el 2015 se estimaba, a nivel global, que al menos una de cada cinco personas ocupadas en el sector de los cuidados es una mujer migrante. Esta misma organización ha señalado que las mujeres migrantes representan el 17.2 % del total de trabajadoras del hogar remuneradas a nivel mundial.


También, para el 2020 se estimaba que había 67 millones de personas trabajadoras del hogar, donde el 80 % de este colectivo son mujeres y la gran mayoría de ellas pertenece a colectivos excluidos que se ven obligadas a trabajar en el sector de los cuidados. A nivel global, según Oxfam, este sector se caracteriza por una tasa de participación de mujeres migrantes de 63.5%, mientras que la de las mujeres nacionales es del 48.1%.


OIT: una de cada cinco personas ocupadas en el sector de los cuidados es una mujer migrante.

Cuando hablamos de cadenas globales y locales de cuidados nos referimos a un entramado transnacional de flujos, globales y locales, de los trabajos de cuidado en donde se cubren las demandas en el norte global y en las zonas urbanas a partir de la migración y el trabajo de las mujeres del sur global y la ruralidad. Mujeres precarizadas, y en el caso colombiano muchas de ellas víctimas del conflicto armado y de violencia de género, se han visto forzadas a migrar al norte global o a las ciudades para insertarse en un mercado precarizado: el sector de los cuidados.


En la distribución global del trabajo y las cadenas de cuidados emergen diferentes preguntas por las desigualdades, una de ellas es que las personas migrantes, por las condiciones de precariedad y empobrecimiento en sus países de origen, no solo asumen roles y trabajos de cuidado en los lugares de destino, sino que además experimentan múltiples formas de racismo, discriminación, violencias y exclusión social.


Las personas que trabajan en el sector de los cuidados remunerados, particularmente en el trabajo doméstico, experimentan las peores condiciones de trabajo: la desprotección social y laboral, la explotación laboral, el racismo y la discriminación. La baja remuneración económica de este trabajo está sustentada en la lógica de que el trabajo de los cuidados no persigue objetivos económicos, eficiencia o productividad. Sin embargo, sostiene y hace posible la vida y además sostiene el modelo económico. También, predomina el imaginario social que se ha construido sobre el cuidado: se hace por altruismo y amor, y en medio de estas motivaciones el salario no se concibe como algo prioritario a reconocer.


También, predomina el imaginario social que se ha construido sobre el cuidado: se hace por altruismo y amor, y en medio de estas motivaciones el salario no se concibe como algo prioritario a reconocer.

Adicionalmente, las mujeres migrantes son protagonistas de una doble transferencia y de una sobrecarga de los cuidados: asumen la carga en los países de destino y deben reorganizar y asumir a distancia los cuidados en sus lugares de origen, causando importantes impactos en su vida y su bienestar.


Creemos que reflexionar sobre el derecho al cuidado nos implica pensar en ¿quiénes cuidan y sostienen la vida?; ¿estas personas tienen acceso a sus derechos laborales y estos son garantizados?; ¿cuáles son las múltiples discriminaciones y violencias que se ejercen sobre sus vidas y sus cuerpos?; ¿qué impactos tiene la sobrecarga de los cuidados que viven las mujeres migrantes?; ¿qué políticas públicas y migratorias se orientan a dignificar su trabajo y bienestar?


En medio de estas preguntas, debemos reconocer que los Estados son actores centrales y responsables de la dignificación de este sector segregado y precarizado. Además, son responsables de garantizar los derechos de las mujeres migrantes a partir de políticas migratorias y acceso a la protección social.


Muchas de las mujeres que realizan las tareas de cuidado en sus países de origen experimentaron diferentes violencias, por conflictos armados, desastres naturales, violencias basadas en género o violencias estructurales como el empobrecimiento, el hambre y la falta de vivienda. En este sentido, también quedan preguntas para los Estados de origen que no brindan las condiciones de vida digna para quienes cuidan.


Finalmente, desde DescLAB apostamos por pensar en los cuidados de una manera contextualizada: desde una perspectiva global, transnacional y local y desde un enfoque de género que nos permita identificar las formas en cómo se han venido gestando estas cadenas transnacionales del cuidado, que además están sostenidas por la discriminación, la violencia de género y el racismo en la vida de las mujeres migrantes.


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