Anatomía del Adiós. Replantear la conversación sobre el suicidio en Colombia
- Juan Sebastián Salazar Rodríguez
- hace 12 minutos
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El suicidio es quizás es la palabra con mayor tabú de nuestra sociedad. La última decisión que puede tomar una persona. Normalmente esta conversación se enmarca en la tragedia, el llanto y la pérdida. Pero ¿qué pasaría si intentáramos abordarla desde una perspectiva diferente?
Autores como la psicóloga colombiana Eugenia Guzmán Cervantes han señalado que la conversación pública sobre estos temas está profundamente distorsionada. Según ella, “somos una sociedad iletrada en la muerte, por diversas razones, entre ellas el aumento en la longevidad, el poder de la medicina para curar más enfermedades, el tratamiento intrahospitalario de los enfermos terminales y la idea de que aceptar la muerte es aceptar una derrota…”. Nos acercamos a la muerte con miedo a su inevitabilidad, con una desconexión total de su naturalidad como culminación de la vida.
Y entonces surge el debate más tenso: ¿hasta qué punto puede un individuo tener agencia para decidir el momento en que quiere poner fin a su historia? Es un tema que exige sensibilidad propia, pues hablamos de las vidas de nuestros conocidos, amigos, familiares o incluso de la nuestra. Pero el estigma no debería centrarse en la muerte en sí misma, sino en los factores que la rodean. Un final en soledad, angustia e incertidumbre no es un destino que alguien quiera para sí mismo o que se desee para los demás.
Podemos cambiar esta perspectiva por una en la que la persona esté acompañada, médica, profesional y familiarmente. Es cierto que no todas las personas que experimentan la conducta suicida deberían tomar una decisión final a la ligera, de forma impulsiva o traumática, pero es precisamente la forma en que conversamos sobre el tema lo que determina si alguien siente confianza para pedir ayuda, para pensar y lograr que la muerte puede suceder de otra manera. Toda persona que atraviesa este proceso tiene derecho a estar informada, acompañada y tratada con respeto en donde la respuesta no esté limitada a la prevención. Por esto estoy firmemente convencido que cualquier persona atravesando estos pensamientos se sentiría más segura en una sociedad que no estigmatiza con un dedo acusador, sino que acompaña con humanidad.
El doctor estadounidense Al Giwa habló del suicidio racional como un tipo de decisión tomada por personas con plena capacidad médica. En algunos casos estos asuntos se discuten en tribunales donde suele reconocerse que hay individuos autónomos que actúan de manera competente y racional.
Esto implica que necesitamos una transformación continua en la perspectiva jurídico-política e institucional sobre el suicidio. La prevención no tiene por qué confundirse con estigmatización y una persona puede sentirse más segura cuando sabe que su derecho a decidir es respetado. Muchas veces una conversación abierta y sin miedo sobre la muerte no acerca a las personas al final, sino que les devuelve la posibilidad de mirar su vida con menos angustia. Hablar sin tabúes puede aliviar el peso que llevan encima y, en más casos de los que imaginamos, ese alivio se convierte en una razón para quedarse o pensar su decisión con mayor claridad.
Más allá de que en Colombia sigue siendo necesario defender y reglamentar la asistencia médica al suicidio despenalizada a través de la Sentencia C-164 de 2022. Debemos preguntarnos cómo transicionar hacia una conversación donde la finalización del sufrimiento no sea algo que miramos con miedo o distancia, sino con empatía y fraternidad.
Pienso en Martha Sepúlveda, quien en 2022 pudo acceder a la eutanasia y defendió su decisión desde su fe al decir que Dios no quiere ver a nadie sufrir y que solo él puede juzgar. O también pienso en el cambio regional, como en Uruguay, en el que en 2025 su Congreso legisló la eutanasia y el suicidio médicamente asistido. Todo esto demuestra que tanto la sociedad colombiana como la global están en un proceso de cambio y que necesitamos aprender a hablar de esta muerte posible de una manera más honesta y humana. Una muerte final, segura y acompañada, ante todo, honrando la dignidad.
Porque para algunas personas, ese último abrazo seguro y acompañado, sin miedo y sin soledad, es lo único que necesitan para estar en paz con su decisión final.




