Cuando morir dignamente evita partir en silencio: ¿Puede la asistencia médica al suicidio reducir los suicidios traumáticos?
- Camila Herrera Rodríguez
- hace 9 minutos
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Durante décadas, el abordaje social que tenemos frente al suicidio se ha limitado a reconocerlo como un asunto de salud mental, un riesgo que debe ser prevenido y en el que la respuesta prevalente es el tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, esta visión resulta insuficiente ya que excluye muchos matices, voces y posibilidades que obligan a preguntarnos, ¿todos los suicidios deben ser prevenidos, o algunos deberían ser acompañados y asistidos?
Según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, entre 2019 y 2024, Colombia registró un promedio mensual de 229 muertes por lesión auto infligida, con un incremento de 21 casos frente al promedio histórico, lo que evidencia un constante desafío de la salud pública y para el sistema de salud. Así mismo, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, hay una disparidad contundente del número de suicidios entre hombres y mujeres en Colombia, ya que alrededor del 81% de los suicidios corresponden a hombres, frente a un 19 % en mujeres. Esta tendencia no es exclusiva de Colombia, ya que se encontró que a nivel mundial las tasas de suicidio presentan una proporción de 2 a 3 suicidios masculinos por cada suicidio femenino.
La incidencia de la conducta suicida es particularmente alta en jóvenes entre 15 y 19 años, para quienes el suicidio es la segunda causa de muerte a nivel mundial. Por otro lado, el riesgo vuelve a aumentar después de los 60 años, con un pico entre los 75 y 79 años, donde confluyen condiciones de salud mental, dolor crónico y enfermedades irreversibles.
Dentro del universo de personas que en Colombia deciden quitarse la vida de forma insegura, solitaria y desprotegida, hay personas que podrían acceder a la asistencia médica al suicidio (AMS), uno de los mecanismos que permiten materializar el derecho a morir dignamente, puesto que cumplirían con los requisitos establecidos por la Corte Constitucional en la Sentencia C-164 de 2022: primero, ser diagnosticado con una enfermedad grave o incurable; segundo, experimentar padecer dolores y sufrimientos que son contrarios a la idea de dignidad de la persona y; tercero, manifestar el consentimiento de manera libre, informada e inequívoca.
Según el panorama colombiano, en el 87,3 % de los intentos de suicidio se usó la intoxicación o un arma cortopunzante para llevar a cabo el resultado. En el caso de los hombres, son más comunes los medios violentos como lo es el arma de fuego y el ahorcamiento. Las mujeres optan por métodos menos violentos. Estos datos revelan un patrón consistente, cuando el sufrimiento es intenso y no hay opciones de acompañamiento, las personas recurren a métodos traumáticos, solitarios y de alto impacto emocional tanto para ellas mismas como para sus familias.
En estas cifras se esconden distintas historias que abarcan el suicidio desde realidades diferentes. Entre ellas, se encuentran los suicidios traumáticos, es decir, aquellas muertes autoinfligidas que ocurren mediante métodos violentos, de alto sufrimiento físico, sin acompañamiento y sin apoyo clínico o familiar. Estas muertes habrían podido ser prevenidas, pero quizás, también habrían podido ser acompañadas.
Las personas que experimentan la conducta suicida deben tener la posibilidad de acceder a una muerte segura, acompañada y protegida. El derecho a morir dignamente garantiza que las personas y sus familiares puedan encontrar tranquilidad y certeza en tiempos de sufrimiento, permitiendo a las personas cuidarse, despedirse y garantizar su autonomía en el fin de sus vidas. Sin embargo, aunque la Corte Constitucional abrió la puerta a esta opción mediante la Sentencia C-164 de 2022, el Ministerio de Salud y Protección Social ha fallado en reglamentar, dejando a las personas y a sus familias atrapadas entre el sufrimiento y la incertidumbre jurídica .
El vacío normativo de la asistencia médica al suicidio en Colombia obstaculiza directamente la materialización de una alternativa y alarga un sufrimiento de manera injustificada. Cuando no existe regulación, la muerte ocurre igual, pero en soledad, sufrimiento, sin apoyo y con métodos de alto riesgo tanto para la persona como para su familia. La asistencia médica al suicidio permite, por el contrario, una alternativa informada, segura, humanizada, de acompañamiento y cuidado. Esto no sustituye la prevención, pero la complementa. Reconocer que el suicidio no es homogéneo, implica aceptar que algunas muertes pueden ser prevenidas, pero que otras pueden ser acompañadas.




